Pradillo y Esteban, Pedro J.: “El Paseo dela Concordia. Historia del corazón verde de Guadalajara”. Aache Ediciones.
Guadalajara, 2015. 208 páginas, 20 x 20 cms. grabados en color. Encuadernación
en cartoné.
En el camino de los análisis
históricos y patrimoniales, nos llega ahora este magnífico estudio del doctor
Pradillo Esteban sobre el más antiguo y clásico de los parques de la ciudad de
Guadalajara.
Se trata de un libro con
edición muy cuidada, muchos gráficos y cómoda tipografía, en el que el autor aborda
la memoria de esta parte latiente de la capital a través de dos grandes partes:
la primera, es el estudio histórico y documental. La segunda, un anecdotario a
través de escritos ajenos, recortes de periódico, y fotografías antiguas.
Los nombres del Parque
Desde su creación en 1854,
el Paseo de la Concordia ha recibido diversos nombres. El primero, y que hoy
mantiene, se refería a la amistad convenida entre unos y otros partidos
políticos, tras los años de tensiones y aún enemistades violentas. Este nombre
fue propuesto por don José María Jáudenes, gobernador civil de la provincia a
la sazón, quien además pidió que se pusiera su nombre a la calle que, en
redondo, rodea al parque, tal como hoy lo hace la calle del capitán Boixareu
Rivera.
El segundo de los nombres,
lo recibió en 1937, en plena Guerra Civil. Una asociación “cultural” propuso
que se le diera el nombre de Parque de la Unión Soviética, que mantuvo hasta la
primavera de 1939 en que pasó a ser denominado con los apellidos del
protomártir de la sublevación: José Calvo Sotelo. Al fin, llegó el razonamiento
clásico y recuperó el nombre inicial, de La Concordia, en 1981, a petición del
alcalde Irízar.
Los inicios del Parque
Sobre las eras de la ciudad,
demasiado cercanas ya al área habitacional y c éntrica,
tres nombres se coaligaron para dar nacimiento al primer parque de Guadalajara.
Concebido como un paseo, despejado y con árboles, el alcalde don Francisco
Corrido, con visto bueno de su corporación municipal, y la autorización del
gobernador civil Jáudenes, encargó el proyecto al profesor de la Academia de
Ingenieros militares, don Angel Rodríguez Arroquía, quien diseñó las obras. El
paseo, finalmente, se inauguró a las puertas del verano, concretamente el 13 de
junio de 1854. Se componía de “un paseo central y dos bandas de jardines,
rodeado todo por las calles del perímetro”.
A lo largo de los años fue
cuidado y protegido por el Ayuntamiento, que sabía era este de La Concordia un
espacio que daba prestigio a la ciudad, y que se convertía, rápidamente, en
punto de encuentro de la ciudadanía. Ello conllevó numerosas mejoras,
paulatinas remodelaciones, y añadidos como especialmente el muro de piedra que
se construyó, a inicios del siglo XX, para separarle de la calle “Carrera de
San Francisco”.
Se fueron añadiendo fuentes,
remodelando los jardines, y el gran kiosko de la música, que se levantó en
1915, diseñado por el arquitecto municipal Francisco Checa. Se pusieron algunos
elementos constructivos en su interior, siempre livianos y que por ello fueron
efímeros: una biblioteca, algún puesto de bebidas, un tablado para la música, una
sala para proyecciones de cine… el libro de Pradillo nos va dando
pormenorizadas esas aportaciones, con años, nombres y decisiones. Los
arquitectos municipales siempre fueron responsables de las actuaciones y
mejoras de La Concordia.
Tiempos modernos
Tras la Guerra Civil, con la
ciudad destruida, también al Parque le llegó la hora de mejorar, y dinamizarse.
Una de las transformaciones que aún permanece es la vía transversal que se le
abrió desde San Roque a la Carrera, con el objeto de que pudieran desfilar, y
pasear sin problemas, los cadetes que desde 1940 se alojaban y formaban en la
Academia de Infantería que provisionalmente se instaló en el recinto de las
Adoratrices. Hoy se ha mantenido y se ha colocado una fuente luminosa en su
centro.
También en 1954 se le
pusieron dos grandes pilastras que señalaban, y siguen señalando, la entrada
principal del parque. Todavía el primer Ayuntamiento democrático intentó
grandes reformas, casi espectaculares, como la eliminación del muro hacia la
Carrera, la erección de columnatas con estatuas, etc, que no se llevaron a
cabo, quedando como hoy lo vemos, satisfecho él, y sus paseantes, del aire
decimonónico que aún tiene, a pesar de haberle sumado (y luego retirado)
algunas cosas, como bares, bibliotecas, estatuas… Precisamente de esas
estatuas, las que hay ahora, las que hubo antaño, hace una relación curiosa y
muy ilustrativa de lo que en cada tiempo la ciudad ha considerado “carne de
mármol” o recuperación de antigüedades dignas del marco verde de las plantas.
El autor de este libro, como
colofón de su estudio histórico y documental, plagado además de imágenes,
planos, grabados, fotografías de festividades t desfiles… propone en su epílogo
que se recupere aún más nítidamente el aspecto inicial, eliminando (por
ejemplo) los falsos montículos que le hacen perder perspectiva, o aumentar el
espacio de la explanada central que permita el uso del parque en todas las
estaciones.
La segunda parte de esta
obra, la titula Pradillo de “Crónica ilustrada”, y en sus páginas van
apareciendo crónicas periodísticas, textos de actas municipales, versos de Luis
Cordavias, retratos de tipos clásicos del entorno, como “el Arenero”, Perico
“el Buche”, Cesáreo “el Barquillero” o el guarda Bernardo a quien muchos aún
recordamos con su ancha banda de cuero y la insignia metálica que le confería
un poder omnímodo.
Muchos de esos textos son
testimonio escalofriante de hechos reales, y otros son sueltos y gacetillas de
anécdotas desternillantes. Los firman Salvador Toquero, Rubén Madrid, Jesús
Orea, Pedro Aguilar, Gil Montero, Ochaita y los redactores de “Flores y Abejas”
y “Nueva Alcarria”.
Con todo ese material,
dispuesto en una agradable y manejable formato de libro cuadrado, entre
imágenes continuas y evocadoras de tiempos plapitantes, discurre este libro que
muchos alcarreños van a tener, desde ahora, como de cabecera, porque por más
que se lea y se relea, siempre nos sorprenderá algo nuevo y divertido.
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