Jesús Sánchez López: “El castillo de Torija”. Aache Ediciones. Colección “Tierra de Guadalajara” nº 48.
Guadalajara, 2004. Edición en formato PDF sobre CD incluido en carpeta
plástica. PVP: 4,90 €.
Escrito por el párroco de la
villa, que es al mismo tiempo elegante escritor y muy serio historiador, don
Jesús Sánchez López, este libro se titula “El Castillo de Torija” y
forma parte como número 48 de la Colección de libros “Tierra de Guadalajara” de la
alcarreña editorial AACHE. Además de contar con infinidad de fotografías,
planos y grabados antiguos, a lo largo de sus cuatro capítulos ofrece toda la
información que pueda imaginarse y buscarse sobre esta fortaleza.
En sus cuatro capítulos se
condensa (aunque necesiten 256 páginas para desarrollarse) los siguientes
temas: 1. Caminos y Viajeros… 2. Los Templarios. 3. El castillo y sus
circunstancias. 4. Guerra y Paz, refiriéndose esto último a las destrucciones
sufridas en pasados siglos, y a las reconstrucciones sucesivas, y uso futuro
que ha de tener este edificio.
En la historia de Torija se
mezclan la leyenda de su inicio a partir de los caballeros templarios, con la
certeza histórica de su pertenencia a los Mendoza, a la saga de los Condes de
Coruña, durante siglos. Su situación, en el camino real que llevaba a los
viajeros desde la meseta inferior a la superior y al valle del Ebro, la hizo
siempre un codiciado puesto estratégico, y por lo tanto su posesión provocó
luchas entre reinos, grupos y hasta entre administraciones, más recientemente.
Historia de una villa
amurallada
Torija estuvo amurallada desde
la Edad Media. Un grueso cinturón de murallas formadas de densa mezcla de
sillarejo y cal, la defendía por completo, reforzándose por cubos o torreones
en esquinas y comedios, y abriéndose en ella al menos dos grandes puertas, la
del Sol y la de la Picota, aunque sabemos que hubo algunas otras. En su extremo
oriental, se alzaba vigilante del valle y de la villa el castillo. Es muy
posible que, en sus orígenes, existiera una simple torre en ese mismo espacio,
y de ahí tomara el nombre que hoy usa, el de Torija que devendría de la palabra
castellana “torrija” o “torre pequeña”.
La fortaleza y villa
amurallada, después de varios siglos de trueques y posesiones de personajes de
la Corte, fueron dadas por el Rey al arzobispo Carrillo en premio a su
conquista de las manos de los navarros que la tomaron sin razón a mediados del
siglo XV. Ambas cosas, villa y castillo, fueron trocadas con el marqués
de Santillana, quien dió al eclesiástico su villa de Alcobendas. Así pasó a la
casa de Mendoza, donde en la línea de segundones, permanecería varios siglos.
Don Iñigo dejó la villa de Torija en herencia a su (cuarto) hijo don Lorenzo
Suárez de Figueroa, a quien el rey Enrique IV dió los títulos de conde de
Coruña y vizconde de Torija. Fundó en su hijo don Bernardino de Mendoza un
mayorazgo que incluía sus títulos y la villa de Torija y su castillo‑fortaleza.
Este comenzó a construir la iglesia parroquial, y todos sus descendientes, a lo
largo de varias prolíficas generaciones, se ocuparon en mantener y mejorar a
esta su villa preferida.
En el siglo XVI, en 1545 más
concretamente, el castillo de Torija sirvió de telón de fondo para la
celebración, en el fondo de su valle, del famoso “paso honroso
de Torija” que consistió en unas grandes justas y torneos, a la
usanza medieval, y en símbolo de defensa de un paso, entre los caballeros de
Guadalajara y Torija, todos de la corte del duque del Infantado y del conde de
Coruña, y otros muchos caballeros españoles, franceses y portugueses. Se hizo
esta fiesta en honor de Francisco I de Francia, y Carlos I de España, que la
presenciaron juntos, y duró más de 15 días. El sonido caballeresco y guerrero
que el nombre de Torija había levantado durante los siglos de la Edad Media,
quedaba con esta fiesta consagrado.
Poco a poco vino a menos la
villa, aunque el continuo paso de caravanas, comerciantes, viajeros y emisarios
la mantuvo viva; precisamente una parte importante del libro que acaba de
presentarse sobre este edificio, nos dice de nombres y calidades de esos
viajeros: por aquí pasaron Camilo Borghese, Francisco Spada, Andrea Navagiero y
Enrique Cook, entre los antiguos, más Ernest Hemingway y Camilo José Cela, ya
en el siglo XX, dejando todos ellos memoria de lo que vieron y sintieron al
plantarse ante este coloso de la arquitectura medieval. Pero con los años el
castillo fue perdiendo color y prestancia. En 1810, durante la guerra de la
Independencia, Juan Martín el Empecinado lo voló en parte para que no
pudiera ser utilizado por los franceses. Largos años abandonado y en total
ruina, la Dirección General de Bellas Artes acometió su reconstrucción en la
década de los años sesenta de este siglo. Hoy luce como uno de los más bellos
castillos de la provincia de Guadalajara, y está destinado a servir de importante
Centro de Interpretación de los Recursos Turísticos de la provincia alcarreña.
Una visita al castillo de
Torija
Se sitúa el castillo de
Torija sobre una eminencia rocosa, en el borde de la meseta alcarreña, justo en
un lugar en el que se inicia la caída hacia el valle. Es de planta cuadrada,
con torreones esquineros de planta circular. Construído todo él con sillarejo
trabado muy fuerte, muestra en el comedio de los muros unos garitones apoyados
sobre círculos en degradación. Las cortinas laterales se rematan en una airosa
cornisa amatacanada, formada por tres niveles de mensuladas arquerías, hueca la
más saliente, que sostenía el adarve almenado, del que solo algunos elementos
se nos ofrecen hoy a la vista.
También los torreones
esquineros ofrecen en parte su cornisa amatacanada, aunque ya desprovistos del
almenaje que en su día tuvieron. Algunos ventanales de remate semicircular
aparecen trepanando los severos muros.
La gran Torre del Homenaje
es el elemento que concede su sentido más peculiar al castillo torijano. Alzase
en el ángulo oriental, como un apéndice de la fortaleza, con la que sólo tiene
en común el cubo circular de ese ángulo, a través del cual se penetra en la
referida torre. Es de gran altura, muros apenas perforados por escasos vanos, y
unos torreoncillos muy delgados adosados en las esquinas, que en las
meridionales son apenas garitones apoyados en circulares basamentos volados. Se
remata la altura de esta torre con una cornisa amatacanada formada también de
tres órdenes de arquillos, y sobre élla aparece el adarve del que apenas quedan
algunas almenas. Al comedio de sus muros aparecen garitones, y la cornisa
también continúa sobre las torrecillas esquineras.
El interior de esta Torre
del Homenaje muestra hoy todos sus pisos primitivos. Desde el patio y a través
de una estrecha puerta se penetra a la sala baja, comunicada solamente por un
orificio cuadrado en su bóveda. Haría de sala de guardia. Al primer piso se
accedía desde la altura del adarve. La última sala remata con bóveda muy
fuerte, de sillería, en forma de cúpula. Sobre élla asienta la terraza. Una
escalera de caracol embutida en el muro comunicaba unos pisos con otros. Hoy
esta estructura ha cambiado, y gracias al trabajo del arquitecto Condado, que
dirigió la construcción del Museo del libro “Viaje a la Alcarria” en
su interior, vemos cómo una cómoda escalera embutida en un cuerpo exterior de
metal y cristales, permite la subida al primer piso, desde el que a través de
una volada escalera de caracol metálica se va pasando a los sucesivos pisos. El
interior del castillo se encuentra hoy totalmente vacío. Tendría primitivamente
construcciones adosadas a los muros, dejando un patio central. En este tema de
la construcción futura de un espacio museístico en su interior, radica el
peligro de trastocar la esencia de su primitiva estructura.
La fortaleza de Torija
tenía, y todavía se ven algunos restos, un recinto exterior o barbacana de no
excesiva altura, que seguía el mismo trazado que el castillo propiamente dicho.
En la parte norte, que da sobre la plaza, al ser más llana y por lo tanto más
fácilmente atacable, estaba dotado de un foso por fuera de dicha barbacana. La entrada
a la fortaleza se hacía por esta cara norte, atravesando el foso por medio de
un puente levadizo que, cayendo desde la entrada del recinto exterior, apoyaba
sobre sendos machones de piedra puestos al otro lado de la cava.
El ingreso al interior del
castillo no estaba, sin embargo, donde hoy se ve abierta la puerta. La
estructura defensiva de estos elementos guerreros, obligaba a realizar un
recorrido por el camino de ronda, y hacer la entrada por otra de las cortinas
del mismo. En el caso de Torija, es muy posible que esta entrada estuviera
sobre el muro meridional, el que da al valle, donde siempre ha habido una
pequeña puerta practicable.
Y ya como un complemento del
castillo, y casi totalmente desaparecida, estaba la muralla que rodeaba la
villa, de la que hace un estudio novedoso, detenido y brillante, el autor del
libro que comento. Una alta cerca de piedra, reforazada a trechos por
torreones, abierta por al menos dos grandes puertas, daba a este lugar la
categoría de gran villa fuerte de Castilla. Así era Torija un bastión señalada,
uno de esos Burgos medievales en los que caminantes y políticos se fijaban a la
fuerza, porque tenía la importancia de ser lugar a poseer, a controlar, a tener
a favor.
AHC
No hay comentarios:
Publicar un comentario