Benjamín Rebollo
Pintado: “Cuevas y bodegas de Peñalver”. Aache Ediciones. Colección “Tierra de
Guadalajara”. Guadalajara, 2007. 112 páginas, con numerosas ilustraciones y
planos, a color. PVP: 12 €.
Escrito por el Cronista Oficial de
Peñalver, Benjamín Rebollo Pintado, con el título de “Cuevas y bodegas de Peñalver”, el libro tiene una extensión de 112 páginas, y está completamente
ilustrado, en todas sus páginas, muchas de ellas en color, con fotografías del
exterior y el interior de todas las cuevas peñalveras, de las que en su mayoría
se ofrecen detallados planos y topografías, además de su precisa localización
en el término. Tiene también amplia memoria dedicada a las ermitas-cueva que
existieron en La Salceda, y a las minas y conducciones de agua que, como
estupendas obras de ingeniería subterránea, hicieron los monjes franciscanos de
este convento milenario.
Las cuevas de Peñalver
Uno de los elementos más
interesantes de las cuevas del término de Peñalver es sin duda la llamada
“Cueva de los Hermanicos” que adoptó ese título, hace ya muchos años, porque la
tradición dice que en los huecos que forma en la montaña se retiraron a vivir
dos caballeros de la Orden de San Juan a los que se apareció la Virgen María,
sobre un sauce, en el transcurso de una tormenta. Del Sauce salió la Salceda,
del milagro la cueva, y los hermanicos se quedaron en la leyenda.
Pero lo cierto es que esas
cavidades, que se extienden por el interior de la montaña que bordea por su
lado derecho el hondo valle del Vallejo, fueron desde hace muchos siglos
verdadero monasterio subterráneo, ocupado en un principio por anacoretas
franciscanos, y luego, al menos en el siglo XVIII, por ermitaños que iban “por
libre”. Con un desarrollo de 75 metros de longitud, se accede a ella a través
de una puerta que permite el paso de un hombre sin agacharse.
Considera Benjamín Rebollo que esta
“Cueva de los Hermanicos” es natural, aunque es evidente que ha sido muy
ampliada por el hombre, progresivamente, llegando a alcanzar un desarrollo
notable, con una capilla tras el vestíbulo, varias salas, celdas, columnas,
vasares y adornos.
Por los hallazgos, se supone que tuvo un patio delantero, muy estrecho,
pues casi cuelga de la montaña el acceso. En ese patio había un horno para
fabricación de cerámica, y el suelo lo tenía con adornos de piedras de
colores. Según nos refiere en su obra el
espeleólogo Benjamín Rebollo, “la entrada de la cavidad, capilla principal,
altares, pasillo central y otra
dependencia se encuentran muy bien ornamentadas y decoradas con piedra de toba
y enfoscadas con yeso, por el contrario la zona de celdas, pasillo lateral y
otras dependencias, solamente se encuentran en su estructura original, es decir
horadada la roca sin ningún tipo de decoración, aunque el revoco de alguna de
ellas esta realizado en yeso”.
Visité esta cueva hace años, con mi amigo García de Paz, y la verdad es
que entonces estaba muy difícil de recorrer, por los múltiples derrumbes. Pero
ahora al parecer se ha limpiado y consolidado, por lo que no es difícil
admirarla en su primitiva integridad: curiosa en verdad es la capilla
principal, en la que se ve un altar con restos de la pintura que ofrecía el
símbolo del franciscanismo.
Por el interior de la cueva, excavadas en la roca, van apareciendo
estancias de dimensiones varias, que en ningún caso pasan de los dos metros de
altura, y de los 3-4 metros de longitud. Se separan unas de otras las
“habitaciones” por muros de toba y columnas de lo mismo, teniendo el suelo
llano y cómodo, e incluso algunas ventanas que daban luz al interior.
La cueva de los Hermanicos tiene al menos dos entradas principales
viéndose en todas ellas el muro exterior de acceso. También en varios puntos
existen ventanas horadadas en la roca. En la actualidad todo el suelo se encuentra cubierto de escombros y material de derrumbe que ha
entrado por las puertas y ventanas en época de mucha lluvia.
Las Bodegas de Peñalver
Como en
muchos pueblos de la Alcarria, en Peñalver se hicieron muchas bodegas para almacenar
la uva, y proceder al fermentado del mosto y la elaboración de vino. El lugar
más adecuado para todo este proceso era bajo tierra, en cavidades excavadas en
los bordes de los cerros de yeso y toba que forman el paisaje de Peñalver
especialmente en torno al valle del río Prá que baña el término.
Hoy están a
medio abandonar, porque la emigración ha hecho que nadie se ocupe de labrar y
cuidar las viñas, de vendimiar, de pisar la uva en el jarai ni de apurar los
pasos que llevan a conseguir el vino saludable y un tanto ácido que las uvas de
la Alcarria vienen dando desde hace siglos. La plaga de la filoxera a inicios
del siglo pasado colaboró un tanto en este abandono de costumbres y ritos
vinícolas.
En Peñalver se encuentran todavía
las cuevas diseminadas por las laderas de en torno al pueblo. Muchas están
cerca del cementerio municipal y su parte baja, otras se encuentran cerca de la
carretera de entrada al pueblo y en la parte baja de las eras. También existe
alguna bodega dentro de las actuales viviendas. El acceso a ellas se realizaba
por medio de sendas o caminos. Excavadas en la pura roca, sus dimensiones
llegaban hasta los 25 metros de hondura y una altura de casi 3 metros. Además
de un amplio vestíbulo de entrada, disponían de un pasillo principal y huecos
laterales en los que se colocaban las grandes tinajas apoyadas en poyos de
piedra y yeso. La temperatura, lo saben bien quienes han entrado en ellas, es
muy agradable y mantenida a lo largo de las estaciones, siendo frescas en
verano y calientes en invierno. Entre 12 y 16 grados es la temperatura en que
se suelen mantener.
Además del proceso vitivinícola,
sirvieron estas cuevas para almacén de aperos y de legumbres y otros alimentos.
Incluso durante la Guerra Civil sirvieron a los habitantes de Peñalver de
refugios contra las bombas. Todas sus paredes y suelo están enfoscadas con yeso
para dejar una superficie lisa, y al mismo tiempo evitar que el vino se perdiese entre las grietas de la roca. Ya
solo las peñas, en las fiestas patronales de inicios de septiembre, utilizan
estas cuevas como lugar de encuentro, pero sin el significado ancestral y
sumamente utilitario que en tiempos tuvieron. El viajero podrá admirar algunas,
al menos en su aspecto externo y entradas protegidas, en el cerro sobre el que
se yerguen los restos del castillo y el actual cementerio.
Además quedan en Peñalver otros
espacios curiosos y admirables, como son los “covanchones”, oquedades en laroca, de amplia boca, secos y útiles para descargar en ellos paja, grano e
incluso animales, que se cerraban con maderas, puertas viejas, somieres, y eran
respetados de todos, pues se sabía para qué servían, casi como almacén al borde
de la intemperie, pero en algunos casos bien profundos, como los que aún vemos
en la roca sobre la que apoya el viejo castillo.
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