Mañueco Martínez, Juan Pablo: “Guía poética de los castillos de Guadalajara”. Aache
Ediciones. Guadalajara, 2019. Colección “Tierra de Guadalajara” nº 107. 122 páginas,
numerosas ilustraciones a B/N. 13,5 cms. x 21 cms. ISBN 978-84-17022-79-2.
PVP.: 10 €.
Un libro que enriquece la Colección en que se enmarca, y que ofrece
una visión distinta de los elementos más emblemáticos de nuestro patrimonio
provincial. “Una guía poética y alentadora” es el subtítulo de esta obra, que se enmarca en la Colección de
“Tierra de Guadalajara” de la que hace ya el número 107. Un libro que empezó
como un ensayo de poemas para cantar ruinas, y ha acabado en una completa guía
de los castillos guadalajareños, con fotos, descripciones, formas de llegar a ellos
y poemas que los pintan y ensalzan.
La propuesta es de clasificación por orden alfabético, aunque no llega
a cumplirse del todo este objetivo, pues hay castillos que llevan dos y hasta
tres nombres. El primero es Anguix, y el último se pone como siempre el de
Zorita, en el confín de la provincia y del abecedario. Por entremedias, van
surgiendo el castillo de Vállaga en Illana (al que dedica Mañueco un largo
romance al uso clásico) y la atalaya mimetizada de Inesque, entre Pálmaces de
Jadraque y Angón. Algunos suenan raros, y otros son elocuentes y archiconocidos.
Así Atienza, Molina de los Caballeros y Sigüenza. No falta el real alcázar de
Guadalajara, ni la recuperada fortaleza de Guijosa, a la que se añade el Castilviejo
que la vigila y la Cava de Luzón, como viejos castillos celtibéricos.
Un libro ameno y sorprendente, un libro que trata de hacer, como todos
los libros, amable y cercana la realidad que no vemos porque no nos pilla en el
camino de la oficina o el taller, y aún más lejos del camino a la discoteca o
el instituto. Ahí están los templos de valor recuperados, como el castillo de
Cifuentes, que se restaura estos días, y los sufridos alcázares que han
derribado, en nuestros días, la mala intención aliada con el pasotismo oficial,
como el castillo calatravo del Cuadrón, en Auñón.
Para todos ellos desgrana Mañueco su meditada oración versificada. La
mayoría son sonetos, aunque se escapan romances, alguna otra estrofa mayor, y
estrambotes de propina. De entre todos destacan, a mi gusto, tres, que lo son
en forma de romances, y son los primeros del libro, en tiempo de hechura, y los
que dieron origen a esta obra, presintiendo en su rimado compacto y sonoro ese
otro “Romancero castellano” en el que Mañueco trabaja desde hace tiempo, peleando
en su lucha permanente entre Cronos y Calíope.
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