miércoles, 20 de febrero de 2013

Las Minas de Hiendelaencina


Abelardo GISMERA ANGONA: “Hiendelaencina y sus minas de plata”. Aache Ediciones. Guadalajara, 2008. 432 páginas. Ilustraciones. Planos. ISBN 978-84-96885-39-4.

Hace pocas fechas se ha presentado en Hiendelaencina un libro sobre sus minas de plata, por lo que este aspecto del patrimonio guadalajareño ha vuelto a ser actualidad. Abelardo Gismera Angona, que fue maestro y es natural del pueblo, ha visto por fin en la calle su “obra de toda una vida”, y con ese impresionante volumen bajo el título de “Hiendelaencina y su sminas de plata”, que fue presentado en el Ayuntamiento de la localidad, ofrece la realidad de aquel mundo, que dio para vivir, soñar y aun enriquecerse a muchas gentes de hace ahora un siglo.

El libro de las Minas

Este libro está escrito por Abelardo Gismera Angona, se titula “Hiendelaencina y sus minas de plata” y tiene 416 páginas con una gran cantidad de imágenes, tanto fotografías antiguas y recientes, como planos originales, gráficos de producción, etc. Está editado por AACHE de Guadalajara, y por cuantos lo han visto ha sido calificado de auténtica “enciclopedia de las minas”, tanto por lo que abulta como por la increíble información que aporta. No le falta nada, y anima después de hojearlo a iniciar el viaje a Hiendelaencina, a visitar en directo lo que allí se narra.

La historia de Hiendelaencina 

Sobre la oscura planicie que bordea los hondos barrancos del Bornova y sus microscópicos afluentes, con los picos de la sierra encima, y la silueta de las viejas casas de pizarra contrastadas con las medio derrumbadas chimeneas de los complejos mineros, se alza hoy Hiendelaencina, que tiene en todo caso siglos de antigüedad, porque perteneció en su origen al Común de Villa y Tierra de Atienza, rigiéndose por su Fuero. En 1269 aparece citada en documentos como Loin del Encina (más tarde será nombrada Allende la Encina), y quedando luego adscrita al Común de Villa y Tierra de Jadraque, en su sesmo del Bornova. Con él pasó a propiedad y señorío de don Gómez Carrillo, en 1434, por donación que de toda esta tierra hizo el rey don Juan II y su esposa a este magnate castellano al casar con doña María de Castilla. Como el resto de la tierra jadraqueña, Hiende­laencina pasó a poder del cardenal Mendoza, éste instituyó mayorazgo con el título de conde del Cid para su hijo Rodrigo, por cuya vía vino a quedar, mediado el siglo XVI, en poder de los duques del Infantado, hasta el siglo XIX.
Fue en esta centuria cuando la villa conoció el inicio y apogeo de toda su prosperidad, al ponerse en explotación a gran escala las minas de plata que por su término se distribuyen, y que ya eran conocidas desde la época de la dominación romana. Faltas de una utilización y trabajo opor­tuno, habían quedado muchos filones sin ser nunca aprove­chados. La perspicacia y afán emprendedor de un navarro, don Pedro Esteban Gorriz, hizo que éste “descubriera” en 1844 el filón de Canto Blanco, creando una sociedad para su explotación, e iniciando ese mismo año la extracción del mineral en la llamada Mina Santa Cecilia. Es curiosa la rela­ción de los siete valientes que forman esta sociedad, porque está formada por gentes de muy variada condición y procedencia, unidos solamente por la fe en eso que estaba tan de moda en el siglo XIX: el progreso.
El 9 de agosto de 1844 quedó constituida esta primera sociedad explotadora, formada por: don Pedro Esteban Gorriz, agrimensor oficial desde 1840 por varios pueblos de la provincia de Guadalajara, hombre muy aficionado a la minería, y dedicado con pasión al estudio de los suelos y sus propiedades; Francisco Salván, murciano, que trabajaba en Sigüenza como empleado de Rentas Estan­cadas; Ignacio Contreras, natural de Torremocha del Campo donde se ocupaba del tradicional pluriempleo de ser sacristán y maestro de primeras letras; Galo Vallejo, cura párroco de Ledanca; Eugenio Pardo y Adán, sacristán de Bujarrabal, y contador oficial en la catedral de Sigüenza; Francisco Cabre­rizo, leonés, empleado en la cárcel de Valladolid, y Antonio Orfila, mallorquín, administrador en Guadalajara de los du­ques del Infantado, buen conocedor también del terreno y hermano del famoso Mateo Orfila, catedrático de química en París y autor de numerosos tratados científicos, a quien fue­ron enviadas las primeras muestras del mineral extraído, y que, al contestar afirmativamente respecto a su riqueza, dio el espaldarazo definitivo a tan magna empresa.

El patrimonio minero

Si hay pueblos de Guadalajara que tienen un patrimonio románico que les hace destacar entre todos (Pinilla, Albendiego, Carabias…) o un patrimonio renacentista que les lleva a todos los capítulos que tratan de ese tema (Cogollado, Mondéjar…) el patrimonio de Hiendelaencina es el minero, por supuesto.
Para el viajero de hoy no dirá nada su iglesia parroquial moderna y sin arte, o el conjunto de calles y plazas que muy bien arregladas permiten a sus habitantes vivir a gusto, pero perdido ya el aire que tenían en tiempos pasados. Aún se ven algunas casas o, sobre todo, algunas tinadas y corrales viejos construidos al serrano modo, con sus muros de gneis y sus tejados de pizarra. El auténtico patrimonio de Hiendelaencina, a medio hundir y desaparecer, pero testigo aún de su pasado glorioso, son los edificios de sus minas, que se reparten por el término, y que este libro de Gismera Angona rescata, organiza, explica y ofrece en su dimensión auténtica. Valgan las siguientes líneas como memoria apretada de los mejor del conjunto.
Porque de todo ello es sin duda la fábrica de La Constante uno de los elementos claves de esta zona minera. Surge a raiz de la llegada, en 1845, de los ingleses a Hiendelaencina. Durante 30 años, y hasta 1877, es la empresa del señor Pórtland y su compañía quienes se dedican, con los mejores aparatos y elementos técnicos de la época, a extraer y depurar la plata que sale de la tierra. Se calcula que en solamente entre 1854, recién abierto el conjunto, y 1859, se obtuvieron 500.000 quintales de plata por un valor de unos cinco millones de reales. Se creó la Sociedad “La Bella Raquel” y a la fábrica le denominaron “La Constante”, elevando una serie de edificios junto al río Bornova, en la cara sur de la sierra del Alto Rey, en término de Gascueña, y dotando al lugar de todas las comodidades imaginables para la época. Con los años llegó a ser una gran factoría con amplias naves y altas chimeneas, instalando más tarde dos máquinas de vapor. En 1868 la Sociedad “La Bella Raquel” compró otras minas del conjunto: Santa Catalina, Perla, Tempestad, y más tarde Unión, Verdad de los Artistas, Suerte y San Carlos. Todo se vió paralizado, por agotamiento de los filones, hacia 1877 en que la Sociedad prácticamente abandonó “La Constante”, levantando casi todas las instalaciones siendo finalmente vendida a muy bajo precio a los siguientes propietarios y explotadores, los señores Bontoux y Rotschild, que la mantuvieron, a pesar de los problemas de la primera Guerra Mundial, en funcionamiento hasta 1926. Fue adquirida luego por un segoviano, Gregorio Lobo, que arregló una parte para vivienda y planto chopos junto al río, pero luego todo quedó abandonado y aquellos no es hoy más que un montón de evocadoras ruinas. Como todo el resto de bocas de mina, fábricas e ingenios productivos.
Este libro ha sido bastante bien recibido, especialmente entre tantos aficionados a la minería como hay en España, porque especialmente el núcleo minero argentífero de Hiendelaencina es uno de los enclaves de más larga historia y mayor interés de todos los de la península. Imprescindible para geólogos, mineros y viajeros por minas.

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