José Antonio Ranz Yubero: “Diccionario de Toponimia de Guadalajara”. Aache Ediciones.
Guadalajara, 2007. Colección “Scripta Academiae” nº 13. 224 páginas. ISBN
978-84-96236-97-4
Escrito por José Antonio Ranz Yubero (Riosalido,
1965), licenciado en Filología Hispánica, y uno de los mayores estudiosos de la
provincia en estos momentos, este “Diccionario de Toponimia de
Guadalajara” ha sido editado por AACHE e
incluido como número 13 en su colección “Scripta
Academiae”. Tiene 222 páginas y ningún grabado, porque lo que interesa es
la guía sabia que (a una media de dos pueblos por página) nos ofrece el
significado de cada lugar, de cada pueblo habitado o ya deshabitado, y las
razones científicas en que se fundamenta la opinión del experto.
Todos los nombres
conocidos (desde la Guadalajara capitalina hasta la medieval Atienza, pasando
por los clásicos Molina, Sigüenza y Cifuentes) hasta los de despoblados como
Cívica, los Heros y Cirueches están representados en sus páginas.
Datos y autores
El autor, José Antonio Ranz
Yubero, y el prologuista, José Ramón López de
los Mozos, hicieron el día de su presentación de maestros en la ceremonia
de este bautismo bibliográfico, que ahora nos pone más fácil saber de
significados, de orígenes, de derivaciones y curiosos cambios de forma. Un
Diccionario de Toponimia, como el que acaba de aparecer, se va a constituir en
libro de cabecera para muchos. Sobre todo, para los que viajan y escudriñan
nuestra tierra.
Es la toponimia una
ciencia que tiene más de filológica que de histórica, pero que viene de un
cauce para ayudar en el otro, y así lo que tendría su basamenta en la ciencia
de las palabras, se convierte en llave para desentrañar el inicio de un saber
histórico sobre un pueblo.
En los más de 430
pueblos que, al menos con nombre, tiene nuestra provincia, el apelativo es lo
primero con que nos encontramos, normalmente escrito sobre una placa al ver las
primeras casas de la aldea. Y en esos cuatro centenares largos de nombres
surgen historias, anécdotas y sorpresas por un tubo. Muchas curiosidades y
asombros que nos permiten saber un poco más, tener las ideas más claras en
cuanto a estas breves sílabas que concentran toda una historia, todo un devenir
de siglos.
Nombres cortos y nombres largos
Puestos a
brujulear por las páginas de este diccionario, nos encontramos de pronto con el
nombre más corto de los pueblos provinciales. Me refiero a Quer. Aunque hay
algunos otros que también tiene solo cuatro letras (Imón, por ejemplo. Oter
también, Ures aún, y Yela), pero Quer es el que tiene sus cuatro letras
formando una sola sílaba, lo que le constituye en el más breve de los topónimos
provinciales. Entre los más largos (y por lo tanto más sonoros, y más bellos)
estaría el de Torre de Valdealmendras, que en algunos sitios aparecen sumadas
sus sílabas en una sola palabra. O el de Villaescusa de Palositos,
Torrecuadrada de los Valles, o Hiendelaencina, con sus catorce letras
seguidas.
El significado de
Quer parece que está en su origen celta (y por ende vasco) de camino pedregoso,
car/carrio, que daría Quer, y que es una raiz primitiva que hoy usa nuestra
comarca entera, la Alcarria que significa “el camino pedregoso”, habiéndose
quedado en nombres comunes, para designar una alcarria como un terreno alto y
plano donde se cultiva el cereal, entre pedruscos siempre, y en muchos
topónimos superlocales, como los “carralafuente”, “carradelval” y otras muchas
desinencias “carris…” que siempre significan lo mismo: el camino pedregoso
que va hacia…
Mucha agua por la Alcarria
La mayoría de los
nombres de pueblos aluden a una razón geográfica. Los lugares surgidos durante
la repoblación de la Edad Media (siglos XII y XIII) recibieron sus nombres en
función del lugar que ocupaban, con apelativos de origen castellano adulterados
luego con el paso del tiempo. Muchos, también siguieron usando sus nombres
anteriores, creados por los propios celtíberos (Luzón, Luzaga, Sigüenza) o
derivados del árabe (Guadalajara, de la Wad-al-Hayara andalusí, Almonacid,
Azuqueca, etc.). Otros, en fin, derivaron muy claramente del euskera que usaban
sus primitivos habitadores, en tan remota época, viajeros y pastores por toda
la península ibérica (Chiloeches –la casa de piedra-; Orche, -la casa de
arriba-; Escariche –la casa de labor-; Aranzueque –el lugar de los espinos-). Y
muy pocos recibieron su nombre por razones históricas, de algún hecho concreto
(Gascueña sería repoblada de gascones), o por su primer señor y dueño
(Valdenuño Fernández, Mohernando), etc.
Pero los que se
llevan la palma en cuanto a frecuencia, con mucho, son los topónimos
relacionados con el agua. Es obvio que todos los que empiezan por “Font” tienen
nacimiento en alguna fuente en torno a la que se elevó el lugar. Y así,
adornadas de elementos varios, surgen las fuentes de Fontanar, Fuentenovilla,
Fuentelencina, Fuentelahiguera, Fuembellida, Fuentelviejo, o el simple y
contundente Fuentes de la Alcarria.
Pero Ranz Yubero,
que es analista meticuloso de todos los nombres de nuestra tierra, aporta en esta
obra los verdaderos significados de nombres arcanos. Y así nos dice que todos
los que se inician por “Ye” tiene referencia al agua, significando “arroyo,
fuente o manadero de agua” todos los pueblos que en la cumbre del diccionario
se alzan bellos y verdes: Yela, en la altura alcarreña; Yebra en los yesares
que escoltan al Tajo; Yebes, suspendido sobre el último valle que baja al
Tajuña, o los Yélamos (el de Arriba y el de Abajo) que en el valle cuajado de
nogales de San Andrés del Rey nos depara los mejores paseos por la tierra
sencilla y silenciosa de Alcarria.
Tres nombres misteriosos y sonoros
Para acabar esta
glosa de apelativos provinciales, traidos y ordenados en imponente rimero a
través del libro de Ranz Yubero, quiero decir los nombres de tres pueblos que
son, hoy, cumbre del románico provincial, y siempre hilvanados con el mismo
hilo viajero hacia la Sierra de Pela y los confines con Soria.
El primero de
ellos es Albendiego, donde está la ermita de Santa Coloma, y para el que el
filólogo Ranz aporta significado de “el barranco” por tenerlo muy cerca, casi
encima, y heredar su topónimo de la voz árabe “jandaq” luego devenida en
“alhandega”, si bien no descarta que pueda derivar esta curiosa palabra (que el
listillo de turno ya habría desentrañado como “el hijo de Diego”) de la raíz
“Albh” significando por tanto, en clave celta, la fuente blanca, o la fuente
alba.
El segundo es
Campisábalos, para el que también se han dado, popularmente, curiosas
explicaciones en un sentido casi chistoso de que se situó esta aldea en un
lugar donde había habido una batalla con muchos muertos, y los perros pasaban
sobre ellos pisándolos, de ahí el “can pisábalos”. La cosa no es tan graciosa,
ni tan simple: evidentemente el nombre hace alusión a “campo” pero el complemento
es ya más complicado, pues podría derivar de “sábalos” unos peces que ascienden
por los ríos a desovar en aguas frías, o de “sabalera”, una construcción de
adobes y ladrillos destinada a almacenar leña, y que podría haber dado en
tiempos remotos, origen a este nombre tan misterioso.
El tercero es
Villacadima, el último de los pueblos románicos de Guadalajara. Una mezcla de
castellano y árabe nos daría, sencillamente, el equivalente a “Villavieja”
porque villa está claro, y cadima significa “vieja” en árabe, puesto como
justificación de haber encontrado en su espacio una ruinosa y antigua ciudad
visigótica. Para otros significaría “Villa de la fuente” porque el Cadima
derivaría de “Catinum” que significa fuente, o manantial.
En todo caso, el agua siempre elemento vital y
fundamental, clave de los asentamientos, de los nacimientos de pueblos, y de
sus nombres. Recorrer las páginas de este “Diccionario de Toponimia” es ponerte
a andar por los primeros tiempos, por los primeros caminos de nuestra tierra,
encontrando justificación cabal y realista a esos nombres que surgieron de
cosas que se veían, que se usaban, que eran imprescindibles para la vida.
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