El
libro
En este libro, el método científico lo
impregna todo, por completo: es claro, metódico, ordenado y cuajado de cifras,
a la manera en que el mundo debe ser entendido: midiéndolo. En este libro, voluminoso
como pocos, aparece con fuerza un elemento del que muchos hablan y pocos se
paran a definirlo: es la intrahistoria, de la que don Miguel de Unamuno decía
que era ese discurrir de la vida tradicional que viene a servir de decorado a
la historia visible. En Orea apenas han ocurrido cosas que puedan ser anotadas
en los libros de Historia. Es más, yo diría que no ha ocurrido nada que deba
aparecer en los libros de la historia de Castilla, de España toda. Pero en esta
villa cada día que ha pasado, desde hace más de dos mil años, han ocurrido
cosas: las que han sucedido a sus habitantes, las que han tenido que ver con
ellos mismos y ellos solos, con sus cuentas diarias, con su estructura de
grupo, con sus relaciones de poder y con sus formas de pensar. Esa sucesión de
elementos es lo que da pie a la historia, que en este caso, y por haber sucedido
solo en Orea y a sus gentes, se puede definir como intrahistoria real. De esa
que el Diccionario oficial dice que es “La vida cotidiana en la que se insertan
los grandes acontecimientos históricos”. Y como a veces la literatura es la
única vía por donde puede expresarse la intrahistoria, aquí ni eso, porque en
este libro no hay un gramo de literatura. Todo en él es realidad, percepción
exacta, apunte verídico.
Los
autores
Los autores de la obra, científicos de
una pieza, originarios de Orea, entregan a su pueblo este catón curioso y
cierto. En él aparece todo lo referente a la geografía (el espacio) y a la
historia (el tiempo) de la localidad. Esos son sus dos grandes capítulos. En el
primero, el del espacio físico, surgen poderosos los elementos que le dan
horizonte y color. Allá van los nombres sonoros de sus relieves y valles, de
sus ríos y praderas, de los despoblados que aún suenan, y hasta de sus vientos.
Qué sonoridad en ellos, en ese aire
tortosino o matacabras que en el
invierno sopla desde el nordeste, o el aire
moruno y molinilla frío y húmedo
que viene del noroeste.
La
Geografía
Qué pasmo saber que sus alturas son
nombradas como el Alto de las Neveras, los Castillos Fríos y el Cerro Pirineo,
por decir sólo algunos. En esas rigurosas destemplanzas del invierno, en las
que todo es hielo duro y blanco, transparente casi. La descripción de los
elementos de la Naturaleza de Orea es pasmosamente hermosa. Los autores, que se
han pateado palmo a palmo el término, recogen desde sus ámbitos más característicos
como la paramera calcárea de Cerro Caballo o el cañón fluvial del río Hoz Seca,
a lugares emblemáticos y curiosos como el río de piedras del Arroyo del Enebral
o los callejones entre las Peñas Rubias, las altas Lomas y el cerro Caballo a
la única laguna del término, la Salobreja, de la que describen fisonomía y
origen, como lo hacen de sus bosques (el pino silvestre sobre todo, con sus
pintas de roble, sus jarales y hasta las remotas manchas de sabinas rastreras)
y de sus muchos pastos a los que califican, con toda razón, de gran calidad y
valor: una geografía serrana, de altura, limpia y cuajada de lecciones.
La
Historia
La segunda parte, más amplia, de la
obra de Herranz y López es modélica en su estructura y contenido. Aparecen
ordenados (y medidos en forma de tablas, de gráficos, corroborados en
documentos manuscritos y mecanografiados) los datos acerca de su población, de
su economía, de su estructura social, de sus organizaciones locales y poderes
políticos, e incluso de la distribución y sentido de las ideologías y actitudes
vitales de sus gentes, a lo largo del tiempo en que han podido ser constatadas
y medidas. El equilibrio entre lo urbano (el caserío de Orea, sede de
habitación de sus protagonistas) y lo espléndidamente natural, es lo que da
carácter al pueblo y levanta nuestra admiración, nuestro entusiasmo por esta
tierra que siempre nos parece estar tan lejos de todo, pero que a través de las
páginas de este libro se desvela como salida del corazón, como un pálpito
rumoroso que nunca acabará.
Antonio
Herrera Casado
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