Díaz González, Luis Miguel: El beso del Moro Abengalbón. Aache Ediciones. Colección "Letras Mayúsculas" nº 38. Guadalajara, 2013. 210 páginas.
Una novela que es un libro de viajes y una reflexión acerca
de un territorio difícil de clasificar, porque ni es sierra ni es llano, ni
está vacío ni está poblado: los personajes que la pueblan no pertenecen a este
mundo, van por la tangente, se aproximan tanto que parecen humanos, pero al
final se demuestran nacidos de la mente genial de un escritor que los procrea y
los alimenta por años.
Debe advertirse que este libros se sale –como los anteriores
libros firmados por Luis Miguel Díaz- de
la prefijada línea de las novelas, de los poemarios o incluso de las guías de
turismo. Este es, por definirlo de alguna manera, un libro de viajes, en el que
los personajes se van formando, delimitando, encontrando mutuamente, y
acabándose, sobre los caminos reales de un entorno lleno de magnetismo y
fuerza: sobre los pelados horizontes de la Serranía del Ducado, entre Soria y
Guadalajara, a la usanza vieja de quienes caminaban tres o cuatro leguas al
día, como por entretenimiento, asombrándose de cuanto ven.
Y en este sentido, nuestro interés se centra, capítulo tras
capítulo, más en las cosas que ven que en las cosas que les pasan a los
protagonistas. Estos son muy singulares, productos de la imaginación, aunque
con referencias reales o literarias bien definidas: Quintin Elvigoraco, o Q a
secas, es una ficción que cobra volumen, melodía, aliento real y con fuerza: es
el personaje que ya creó Luis Miguel Díaz en su anterior novela, y que vuelve
con aventuras y perfiles nuevos. Le secundan sus adláteres, Rita su hermana,
Víctor su empleado, más la Sonrisa Hiriente de Carlota y el procaz
Peloescombro, a los que aquí se añaden el poeta turbado que es Gustavo Franco,
el médico holístico Stanislav Svidrigailov, el mago de Maranchón señor Granzel
y una leyenda literaria que a todos mueve y empuja por los caminos: el moro
Abengalbón, el Cid Campeador y su primo Alvar Fáñez de Minaya.
En Medinaceli y Sigüenza centran sus humos estos personajes
y sus andanzas. En la empinada villa del Alto Jalón comienza y acaba el viaje
que va a recorrer por etapas unos caminos que en mayo están verdes de trigos
que se salen y unos arroyos que suenan. A campo través van hasta Barbatona (a
pinar través, mejor dicho) y de allí a Jodra donde ven su románica iglesia; y a
Estriégana, para acabar en Alcolea visitando todo lo visitable, y, por
supuesto, la Casita de Piedra, de la que los viajeros dan una cumplidísima
descripción y una vivencia muy cordial. Pasan luego por Garbajosa, por Aguilar
de Anguita y se pierden un poco por el empeño pétreo y solemne de Anguita. Para
ascender luego el curso del Tajuña llegando a Luzón (en el que el autor
recuerda al cronista Layna, allí nacido en 1893) y pasando de allí a Maranchón,
donde suceden cosas de larga memoración. Bajando finalmente, a través del Campo
Taranz, que al Cid sirvió de atalaya de su viaje, hacia Medinaceli por Layna,
Urex y Arbujuelo.
Todo ello, este viaje, va dicho con un lenguaje de difícil
clasificación. Por ratos parece salido de un libro antiguo y dorado, pero a
trechos se transforma en gracioso, sorprendente, redicho y cordial, dialogante
y ameno, estupefaciente. Aunque Quintín no deja de hacer quintinadas en toda la
novela, parece que es él mismo quien ha escrito el libro, porque “Quintín es
una carcajada entre la densidad del entorno y la suya propia”, llega a decirnos
el autor en algún sitio. Es este viaje, que va más allá de la simple guía, el
que nos incita a repetirlo. Y a buscar entre los trigos altos, los pinares
densos y los breves sabinares que bate el viento, la emoción de aquella leyenda
que dice cómo el moro Abengalbón, rey de la taifa de Molina, saludó al capitán
Alvar Fáñez con un beso en el hombro, signo evidente de la amistad y el
concierto.
Nada menos que un libro de aventuras, de viajes y de
carcajadas. Es difícil clasificar esta nueva, y por ahora última, novela de
Luis Miguel Díaz. Pero en todo caso aquí la saludamos y brindamos apoyo,
animando a todos a que la lean, a que la usen, aunque sea como guía animada y
animosa de viajes.
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