Mañueco Martínez,
Juan Pablo: “Castilla este canto es tu canto”. En dos tomos. Parte I: La historia, la literatura, el futuro.
Parte II: Las ciudades, los paisajes, los
estilos. Aache Ediciones de Guadalajara, 2014. 156 págs. Y 158 págs.,
respectivamente. ISBN 978-84-15537-54-0 y 978-84-15537-55-7. 16 €, cada
ejemplar.
De nuevo el escritor Juan Pablo Mañueco nos sorprende con
una obra literaria, en esta ocasión dedicada por completo a la nación
castellana, de la que trata, poéticamente, de todos sus perfiles y desde
múltiples perspectivas. Conjuntando dos tomos, bajo el mismo título se abarcan
visiones muy diferentes de Castilla, a través de su historia, su literatura,
sus paisajes, sus ciudades y su porvenir.
Solo paseando por su índice vamos a entrever la trama de
esta obra, que se dedica al análisis (en su primera parte) de la literatura
castellana, en todo su recorrido desde la inicial Bardulia hasta el Siglo de
Oro.
De hondo e interior
venero
que en cascada entre
piedra y musgo brota
no es Cadagua un
reguero
que porte escasa gota.
Un mundo en murmullo
ya en su agua flota.
Así comienza, desde la altura cántabra, la voz de Mañueco a
referirnos todas las expresiones que la literatura ha tenido en nuestra tierra,
la Castilla original y señera en la que nos albergamos. Son las jarchas
primero, con las glosas emilianenses y silenses, las que nos saludan, y
proponen seguir sabiendo de los libros de gesta, a los que da nombre el Cantar
del Mio Cid, pero que se acompañan con el cantar de los Siete Infantes de Lara
y los escritos de Bernardo del Carpio. Siguen los múltiples cánticos del mester
de clerecía, en los aparece Gonzalo de Berceo, tan sonoro e íntimo, o el cantar a Fernán González, más
los escritos del rey Alfonso el Sabio
y los escritos emanados de la universidad salmantina.
Con la lírica didáctica continúa Mañueco, y ahí se extiende
glosando al Arcipreste, a nuestro Juan Ruiz, el de Hita, a Pero López de Ayala,
a don Juan Manuel y a esos ignotos maestros que componen el romancero viejo, la
lírica popular junto a la lírica culta.
Este tratado solemne, bien escrito, ameno y didáctico,
concluye con las obras de los más modernos vates castellanos: desde el marqués
de Santillana a Juan de Mena, y desde Jorge Manrique a La Celestina, todos
ellos ligados, de un modo u otro, con esta provincia actual que ha sido siempre
clave y latido de Castilla.
El primer tomo concluye con un Himno a Castilla, una canción
para los comuneros, algunas seguidillas y un cántico final a la señora
Castillesquieu, de cuyo apelativo tendrá el lector cumplida razón si hasta la
página final alcanza.
En el segundo de los tomos, el autor de tamaña obra nos
alegra el corazón con sus sonoros y bien compuesto cantos a los pueblos y
ciudades de Castillo. Tantos y tantos rincones íntimos, solemnes, queridos y
añorados, como el naciente Duero en Soria, el puentecurvo de Pancorbo, los
faros de Cantabria, la plaza mayor de Valladolid o el trasiego de almenas en
Ampudia.
Aunque luego siguen volando sus versos, empecinados y
airosos, sobre los temas más puramente alcarreños, tan nuestros. Y así
Mañueco se pone ante la Virgen de la
Leche de Alonso Cano, ante las ruinas del alcázar capitalino, o ante los leones
del patio mágico del palacio ducal de los Infantado. Un septenario de preguntas
por las iglesias de Guadalajara sigue a esta serie, que se constituye en un
denso añoro por la ciudad en que vive el autor, y en la que pasean sus
numerosos lectores.
Quizás para los críticos que aborden este libro, esta obra
única en dos tomos, resulte difícil clasificar su estilo, su intención final.
Yo no lo creo, porque ante la diversidad de pasos que va dando por sus páginas,
el autor manifiesta siempre su fácil versificación, su rigor de pensamiento, y
su facilidad para el neologismo. Sin duda que estamos ante un autor de mucho
futuro. En las páginas finales del segundo tomo, al fin van apareciendo cosas
que son homenaje a los seres queridos, a los caminos recorridos o a esos otros
poetas en los que Mañueco ha bebido. Con una ofrenda gongorina a la Generación
del 27, y que él titula Nadaba el mar en
torno y era tarde, se completa este libro al que sinceramente aplaudo y
recomiendo.
Sinceramente, creo que estos versos son muy, muy buenos. Con
ellos acabo esta visión sucinta, y asombrada de esta Castilla este canto es tu
canto de Juan Pablo Mañueco:
la hora roja que el cielo incendia en brasas,
cuando el hachón en llamas notó escasas
candelas granas y corinto en que arde.
Nadé mar adentro aun, nada cobarde,
por ver, añil y ocre, la lid en que asas
del mar calan ámbar fuego. Sus rasas
chispas rubias brincaban ya sin barde.
Lumbre púrpura así se defendiera:
azuzando el azul fuera del agua.
Lid de olas garzas y rubí en degrado
que, si el limón en fuego de la hoguera
volvió pavesa, así la acuosa fragua
ceniza fue luego en luctuoso nado.
Más tarde, bruno tanto mar y cielo
se escuchó sólo el ritmo en desconsuelo
de oleaje, plañiendo negro duelo.
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