Mañueco Sánchez, Juan Pablo: “Viaje a la Alcarria, versión .XXI”. Aache Ediciones. Guadalajara, 2016. 356 páginas. Tamaño 17 x 24
cms.
En el mes de junio de 1946, el escritor gallego
Camilo José Cela, que alcanzaría en 1989 el nombramiento de Premio Nobel de
Literatura, se “echó al monte” y recorrió durante 10 días, a pie y en coche de
línea, la tierra de la Alcarria Baja, entre Guadalajara y Pastrana, dándole
vueltas al paisaje y anotando cuanto veía, sobre todo a nivel humano y social.
Ese viaje alcarreño, que ancla sus orígenes en
el que hizo Tomás de Iriarte a finales del siglo XVIII y más o menos por
entonces otro similar don José Cornide, ha sido repetido y admirado. Ahora, en
el Centenario del nacimiento de Cela, se ha sacado del baúl de los recuerdos
numerosos libros y bastantes recuerdos de aquellas trochas y lances. Y nuestro
escritor más fecundo, el poeta, y ahora prosista Juan Pablo Mañueco, nos
sorprende con una aportacion personal, nutrida y abundosa de páginas y de
ideas, en este libro que lleva el título que encabeza estas líneas.
En sus 356 páginas, pueden destacarse muchos
detalles, describir sus partes, anotar los personajes y circunstancias que
surgen. Es un viaje muy literario, más que el de Cela, y que adivinamos con sus
raíces hundidas en lo más granado de la literatura castellana, porque no solo
ecos de Cela se oyen en él, sino también de Cervantes, de Lope, de Alonso Gamo
y aún de Delibes.
En una primera parte que el autor titula “Antesdel Viaje” destaca el llamado Tranco XI, o "Diálogo barroco entre laConcordia, el parque de San Francisco y el Fuerte que fue convento"
(densísimo, barroquísimo, estupendo). Y tan prolijo que sin duda haría falta un
intérprete de metáforas para transcribir el capítulo a lenguaje de la calle.
En la primera parte, el Tranco IV (que es donde
se inicia la metanovela) hay una descripción en prosa/verso de la Iglesia
de San Ginés, del que un lector avisado no dudará nunca de calificar inspirado
por el Altísimo, y que nos parece que en punto a poesía no desmerece de nada de
lo que en la castellana biblioteca de poetas se ha escrito hasta ahora.
Como curiosidad de esa parte primera, el Tranco
V merece sin duda un vistazo, sobre todo por la peculiar visión de Don Quijote
y de “su” Cervantes que presenta. No vamos a desvelar nada en este comentario,
pero sí poner en la boca del posible lector la miel de lo que se aproxima.
Con una prosa “descansada y amena” el libro del
“Viaje a la Alcarria” de Mañueco propiamente dicho se puede leer y hasta
entretiene. Un paso largo por Guadalajara, otro corto por Taracena, y un
tercero inventado y feliz, muy denso y gracioso, en Tórtola de Henares, porque
a veces recuerda "El Camino"
de Delibes, cuando aparece el niño que ha de abandonar su pueblo castellano
para irse a la ciudad. Cuando, finalmente, aparece Torija, el lector sabe que
está pisando tierra auténtica, porque allí encuentra elementos de la
cotidianidad (el certamen de rondas y calderetas por las calles, la estampa del
dueño del asador Pocholo…) entrando a continuaciçon a charlar con seres que no
son imaginados, pero que ya no existen. Esencia del libro es, sin duda, ese par
de encuentros con Camilo José Cela y con José María Alonso Gamo.
Con el primero charla aunque de un modo poco
convencional, al coincidir en el mismo espacio, pero en épocas diferentes, dos
viajeros, que son CELA òpr un lado, y el autor MAÑUECO por otro, viendo a lo
largo de su charla dos Torijas diferentes, la de 1946 ruinosa y rupestre, y la
de 2016 cuidada y alegre. Dos torijas muy diferentes, aunque siempre en la
misma raíz.
Con el segundo, lo que hace el autor es
rememorar la charla que con él tuvo (hace más de treinta años) en su casa del
Paseo de la Castellana de Madrid y los consejos que al sabio pidió, cuando
empezaba a hilvanar palabras.
Además el autor ofrece un último viaje, completo
y abreviado por la sAlcarrias (sí, por las de Guadalajara, y también por las de
Madrid y Cuenca) con singulares vistas desde un robotizado vehículo. De los que
usa aquí y allá en sus diversos pasos y periplos. Versos y prosas que Mañueco
finalmente engarza con su habitual maestría, y un libro denso y brillante que
nos deja tan buen sabor de boca que ya pensamos en la segunda parte (y que
sabemos la está escribiendo ya, con pasión heredada, con redoblada inspiración
en sus medidos versos y sus sazonadas prosas.
A.H.C.
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