Antonio Herrera Casado, Angel Luis Toledo Ibarra: Eldesierto de Bolarque. Aache Ediciones, 2ª edición, 1992. Colección “Tierra deGuadalajara” nº 7. 96 páginas. Ilustraciones a color. Mapas. PVP: 6 Euros.
La palabra desierto, que hoy hace referencia a un espacio
geográfico en el que no llueve y en su superficie no hay vegetación, ni fauna,
y se tiene por lugar incómodo para la vida, hace siglos que tenía otros
significados. Concretamente, la Orden religiosa del Carmelo nombró así a los
conventos que tras la Reforma de Santa Teresa en España se crearon para que sus
habitantes estuvieran en un retiro absoluto, lejos de todo rastro de vida,
perdidos en geografías lejanas y solitarias. En las que, sin embargo, podía
llover mucho y ser lugares muy agradables para la vida.
De estos “desiertos” que el Carmelo creó por España, hoy se
mantienen vivos algunos, como el de las Batuecas, en la Extremadura, y el de
las Palmas, en la costa castellonense de Benicassim. Pero otros muchos que se
crearon entonces, en el último cuarto del siglo XVI, desaparecieron o quedaron
tan arruinados que son simplemente objeto de admiración y curiosidad.
Uno de esos “desiertos carmelitanos” fue fundado en la
orilla derecha del río Tajo, en término municipal de Pastrana, aguas arriba de
la angostura de Bolarque, en un espacio que era bosque cerrado, de pinos y
robles, muy empinada la ladera, con el río al fondo, y en donde se construyeron
diversas edificaciones, entre ellas el gran convento, con iglesia, claustro,
refectorio, etc, y muchas ermitas individuales desperdigadas por la montaña.
A ese desierto de Bolarque, “yermo de carmelitas descalzos”,
llegaron muchos monjes entusiasmados con la idea de retirarse del mundo y
dedicarse a la oración y la penitencia aislados de todo en una naturaleza
salvaje. Recibió ayudas de la monarquía, de diversos nobles, de la propia
Orden, y aunque la llegada era (y sigue siendo) muy difícil, contó con la
visita en el primer tercio del siglo XVII del propio rey de España, el tercer
Felipe, que se admiró de esta construcción y de este sitio. Un rey muy viajero
y muy intrépido, sin duda.
Poblado, vivo, dinámico y reconocido como lugar santo donde
los hubiera, el desierto de Bolarque permaneció en pie hasta los años de la
Desamortización, en 1836, cuando quedó confiscado, expulsados sus frailes, y
vacío y olvidado todo, hasta hoy. Así, quien se atreva a llegar (se hace muy
bien por agua, a través de la superficie del pantano de Bolarque, desde el
embarcadero de Almonacid) podrá contemplar un espectáculo único: entre la densa
proliferación del pinar aparecen a medio derruir numerosas ermitas, algunas
grandes y con detalles artísticos, así como el convento primitivo, del que
queda en pie la iglesia, el claustro, bodegas, enormes edificios, todo ello
devorado por la naturaleza, hasta el punto de que entre sus piedras se
retuercen e incrustan las raíces de grandes árboles.
Los autores de este libro reflejan al detalle la
curiosa historia completa de esta institución, de los personajes que la
habitaron, de los milagros que vivieron. Y describen sus restos, haciendo
recomposición ideal de los edificios, las ermitas, el convento, etc. Dan
también señal de cómo llegar, por agua o por tierra, desde Sayatón, o desde la
presa de Bolarque, pero en cualquier caso es esta publicación una guía idónea
para conocer un sitio de especial belleza y cuajado de evocaciones milenarias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario