Ortiz García, Antonio: “Historia de
Guadalajara”,
Aache Ediciones. Guadalajara, 2006. 302 páginas, numerosas ilustraciones,
planos y croquis. Encuadernación en cartoné. ISBN 978-84-96236-82-X
En
el invierno de 2006, y en el Centro de Prensa de la Asociación Provincial de
profesionales periodistas, se presentó la nueva edición de un libro clásico ya
donde los haya: la “Historia
de Guadalajara” de Antonio Ortiz. Una
visión completa, redonda, pulida con las lijas de la experiencia y maquillada
como para salir a la escena más luminosa. Un historia de la ciudad, con brillo
e imágenes, y un cartel larguísimo donde salen a torear (a los siglos, que
tienen unos pitones imponentes) muchos diestros que se dejaron el alma en la
corrida.
Como
no es habitual que se trate, ni en prensa escrita ni en televisiva, de
historias locales, es el momento de recordar algunos detalles de los mil que
tiene el devenir pretérito de Guadalajara. Personas e instantes, retratos y
edificios. Todo está palpitante y moderno, aunque tenga quinientos años, en la
mano del profesor Ortiz, que ha sabido acercarse con facilidad, con el don de
la docencia que muchos años de profesionalidad le han dado.
Una historia entera
Es
difícil decir, en pocas líneas, ni la historia entera de Guadalajara, ni lo
mejor (o peor) de ella. Es una historia densa, hecha por gentes, altas y bajas,
dentro de unos muros, sobre unas calles y plazas. El río Henares (que aunque
hoy ya no se ve, existe) fue la causa de que aquí naciera esta ciudad. El
puente, el empedramiento de su vado, los castros primero y luego el alcázar, el
nombre mismo (Wad-al-Hayara = Valle de los castillos) todo lo que hace nacer y
crecer a Guadalajara está en función de su río. Hoy, aparte de casi no lleva
agua, retenida en las sierras donde nace, es que se dejó oscurecer de
arboledas, tapias y olvidos. La historia, sin embargo, se fraguó sobre él, y
cualquier circunstancia es buena para reivindicar la recuperación y
dignificación de nuestro río, de ese Henares al que Cervantes (y Lope, y el Arcipreste,
y Gálvez y tantos otros…) cantó con ganas.
Cuatro momentos
claves
En
algunas ocasiones me han pedido que esbozara los mejores momentos de la
historia de Guadalajara. Esos que pudieran ser los hits-parade de su historia,
los que hacen levantar al público en aplausos. Pues van aquí, resumidos. Sería
el primero el instante de su conquista. Visto lo visto, nada mejor le pudo
pasar a Guadalajara que pasar de ser una ciudad musulmana a una cristiana.
Desde finales del siglo VIII hasta el año 1085, estuvo bajo el control político
de los árabes, y aunque pequeña y sin apenas crecimiento, Wad-al-Hayara se
constituyó en cabeza militar, social y económica, del valle del Henares. Su
alcázar controlaba el puente que cruzaba el río, y sus jefes político-religiosos
vivían felices, suponemos que construyendo versos y mezquitas, mientras los
habitantes de la medina se afanaban en el diario trabajo de los campos y
huertas y en el trasiego por las estrecheces comerciales de su zoco.
La
voluntad de Alfonso VI, con la colaboración de su alférez Alvar Fáñez de
Minaya, terminaron por pasar a Guadalajara, que heredó el nombre de los
andalusíes, a la vena del cristianismo, en el que, mal que bien, aguantamos
hasta hoy, preparando el futuro.
Otro
de los momentos claves de Guadalajara es el siglo XIV, cuando en la ciudad
conviven las tres culturas hispánicas, armónicamente, bajo el mando y con los
privilegios que a la (todavía) villa le concedieron los reyes castellanos.
Cristianos, moros y judíos acuden en sus fiestas a las iglesias, mezquitas y
sinagogas. Surgen escritores y artistas en sus comunidades, y desde el teólogo
Mosé ben Sem Tob, guardián de la Kábala, pasando por los alarifes mudéjares de
templos, palacios y baños públicos, hasta el propio Juan Ruiz, Arcipreste de Hita,
que por aquí anda predicando y escribiendo sátiras de cuanto ocurre en el
entorno solar de las Campiñas, todos saben que Guadalajara es un buen lugar
donde pasar los días.
El
Renacimiento mendocino, en la mitad del siglo XVI, cuando a Guadalajara la denominan
“Atenas alcarreña”, es otro de esos instantes de gloria, pasajera, pero firme:
el duque del Infantado, el cuarto concretamente, escribe libros de historia y
los imprime en su palacio. Mantiene en su compañía a filósofos, poetas y
novelistas (Alvar Gómez de Castro, Luis Gálvez de Montalvo, Alvar G. De Ciudad
Real) a pintores, escultores y arquitectos de la talla de Rómulo Cincinato,
Pedro López de la Parra, Pedro Barrojo, y Acacio de Orejón más los discípulos
de Alonso de Covarrubias.
Finalmente,
yo destacaría los años 60 del pasado siglo XX. Cuando conducida la ciudad por
el entusiasmo de don Pedro Sanz Vázquez, esta recibe del Estado la
consideración de Polígono de Desarrollo y despega, ya imparable, hasta hoy
mismo, como espacio de crecimiento urbanístico, industrial y cultural, siempre
dependiente (lo queramos o no) de la capital del Reino. Un paseo de las Cruces
que surge entonces y se nos queda como elemento magnífico de un urbanismo
ejemplar, hasta unas líneas de experimentación en arquitectura urbana y
monumental que debemos mantener como símbolo de identidad, y de unión con el
pasado.
La historia guardada
Esta
de ver, -vivo y parlanchín-, un libro sobre historia de Guadalajara, es una
nueva oportunidad para pedir la creación de un Museo de Historia de la ciudad.
En un reciente viaje a Melilla, he podido comprobar cómo una ciudad de sus
dimensiones (la mitad que Guadalajara) y su secular aislamiento, porque está
nada menos que en otro continente, no ha sido impedimento para que el Ayuntamiento
mediterráneo haya montado (lo inauguró hace más de 30 años) un magnífico Museo
de la ciudad en el que aparecen, en los varios pisos de un edificio antiguo,
los hallazgos arqueológicos perfectamente explicados, los documentos capitales
de su devenir, cuadros y esculturas, símbolos y planos, cientos de cosas que
ofrecen a los ojos y al corazón de quien visita el enclave, un rastro perfecto
para saber de su pasado.
En
Guadalajara es ya urgente ponerse manos a la obra. Las dimensiones y el relieve
que nuestra ciudad está tomando en el contexto económico y de desarrollo
español, no puede aguantar la crítica de no tener su ámbito museístico propio y
digno. Las mínimas propuestas, perfectas y plausibles, que hasta ahora se han
hecho (Torreones de Alvar Fáñez y Alamín, Capilla de Luis de Lucena, o Salón
Chino de la Cotilla) son mínimos balbuceos de lo que debería ser el gran Museo
de Historia. El lugar, sin duda, el propio palacio del Infantado. Pero por
aquello de que no es de patrimonio municipal, podría considerarse una buena
alternativa, que sí lo es, el recinto del monasterio de San Francisco, amplio y
en una situación ideal para recibir visitas y ampliar el recorrido sobre una
zona de la ciudad especialmente nutrida de monumentos.
La Batalla de
Guadalajara
Cuando
se van a cumplir, (el próximo mes de marzo de 2012) los 75 años de la Batalla
de Guadalajara, -que significó, por haberla perdido el bando franquista, el
retraso en el acabamiento de la Guerra Civil-, esta “Historia de Guadalajara”
la recupera en sus páginas con todo detalle, y la analiza en el contexto de lo
que significó para la evolución de la Contienda del 36-39, así como los datos
concretos y hasta anecdóticos que en ella sucedieron, como la actitud de las
fuerzas italianas enviadas por el Jefe Mussolini, la participación decisiva de
una borrasca invernal que no todos habían calibrado en sus auténticas
dimensiones (la predicción meteorológica no estaba en 1937, ni mucho menos, tan
avanzada como hoy) y el bombardeo de Brihuega hasta los cimientos de sus
edificios.
Un libro histórico
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