Alonso Gamo, José María: "Un español en el mundo: Santayana". Aache Ediciones. Obras Completas de Alonso Gamo. Tomo II. Guadalajara, 2006. 482 páginas. Encuadernación en tela. ISBN 978-84-96236-90-5. PVP 40 Euros.
Comentario publicado en “El Cultural” de ABC el 10/05/2007
Lentamente, George Santayana -hablando con propiedad, Jorge Ruiz de Santayana y Borrás- está dejando de ser en nuestro medio cultural esa figura remota, ese “extraterritorial” inclasificable nacido en Madrid en 1865, recriado en Ávila y formado en Harvard, de cuya prestigiosa universidad llegó a ser catedrático, hasta su decisión de abandonar la docencia, autor de una lejana obra filosófica y literaria escrita en un inglés deslumbrante cuya relevancia se daba por supuesta sin apenas entrar en las razones llamadas a justificarla, solitario y esquivo, que fue durante mucho tiempo. La reciente aparición de sus obras más representativas en ediciones fiables, los números a él dedicados por revistas como Teorema y Archipiélago y, en fin, el creciente flujo de trabajos “al día” sobre su obra han introducido cambios decisivos en la situación. Pocos ignoran ya, en efecto, que Santayana mantuvo su nacionalidad española hasta su muerte, en Roma en 1952, a consecuencia de una caída sufrida mientras gestionaba en el Consulado de España la renovación de su pasaporte y que, lejos de convertirse en un ilustre “transterrado” más, nunca se afincó definitivamente, hasta que la vejez le obligó a ello, en sitio alguno. Y menos aún en ese mundo “nuevo” y próspero al que siempre estuvo agradecido, pero al que nunca llegó a asentir del todo. Santayana abandonó, en efecto, de modo definitivo, los Estados Unidos en 1912. Un pequeño legado, al que se unirían después sus derechos de autor, le permitió vivir lejos de las constricciones que el funcionariado y la sociedad convencional imponen al filósofo. Es decir: como filósofo.
No otro fue, por cierto, el destino de Nietzsche tras su huida de Basilea. Por lo demás, es obvio que en esta llamativa recuperación de Santayana ha jugado y está jugando un papel central el cambio de coyuntura filosófica de los últimos años.
Todo tiene, sin embargo, sus precedentes. Y no sería justo olvidar ni el reconocimiento, en fecha relativamente temprana, por parte de autores como José Pemartí o Carlos Clavería, Ramón J. Sénder, Zambrano y Antonio Marichalar, de la importancia de su obra, ni las aportaciones, como traductores, de Ricardo Baeza o Ferrater Mora a su causa, ni menos la llamada de atención, ya en la segunda década del siglo XX, de d’Ors y Henríquez Ureña sobre lo escasamente comprensible de la resistencia española a Santayana.
Entre estas aportaciones anteriores al actual reconocimiento más o menos general de Santayana como un hombre “al margen”, autor de un pensamiento “central”, hay una que brilla con luz tan poderosa como propia. Me refiero, claro es, a la obra a él dedicada por José María Alonso Gamo en la década de los 60, que hoy reedita Ediciones Aache, en lo que es un auténtico acontecimiento literario. Reunidas en un único y sólido volumen, el lector recibe, en efecto, una edición de la extraordinaria obra poética de Santayana en su versión original inglesa, con la correspondiente versión española de Alonso Gamo, y una extensa introducción a la misma, asumible como una penetrante y anticipadora incursión global a un pensador que es situado en ella, por vez primera, al lado de Unamuno y Ortega, en la cumbre de la cultura española.
Sólo un poeta cabal, consciente de que “las verdades íntimas son más fácil y adecuadamente transmitidas por la poesía que por el análisis”, podría haber realizado esta tarea. Que presupone también una profunda empatía entre Santayana y Alonso Gamo. No en vano compartían la condición latina, el gusto por las formas poéticas del conceptismo español y el amor a lo esencial y duradero. Por su parte, Daniel Moreno ofrece una reconstrucción sagaz y completa de las líneas centrales de fuerza del pensamiento de Santayana sumamente útil, también, de cara a la comprensión de algunas de las claves menos obvias de su “enigmática” figura. De sus aparentes contradicciones, por ejemplo, regidas por una lógica que se resiste a entregarse al primer postor: las de un escéptico consciente de que toda certeza muta fácilmente en violencia que nunca quiso situarse fuera de la cultura católica en el orden de los sentimientos; las de un materialista que dedicó lo mejor de su ser a la causa del espíritu y al culto a los ideales del humanismo grecolatino; las del hombre cauto y moderado que en su reserva supo llegar a ese límite en el que la condición terrible de todo ángel, celeste o terreno, se ofrece, abrazando cuanto toca, sin celajes ni trampantojos. Y, en fin, las de un ser capaz de cultivar a un tiempo el más ascético de los desasimientos y la “celebración” gozosa del mundo.
Moreno hace justicia plena a la verdadera condición del filosofar de Santayana, jamás “mundano” en el usual sentido del término. Porque Santayana fue un metafísico de primer orden guiado en su trabajo por una indomable voluntad de sistema que siempre tuvo como punto de referencia a Spinoza. Sobre el latido último de ese sistema, que parte de la primacía ontológica de la materia, por mucho que ésta sea una materia de la que el espíritu es culminación suprema y foco iluminador dice, por último no poco, y lo dice de modo bellísimo, el texto del propio Santayana dedicado al platonismo y la vida espiritual, traducido ahora por vez primera al castellano.
Jacobo Muñoz
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